CASA NUEVA



Ya era de noche cuando mi papá terminó la tan esperada parrilla. La casa estaba quedando linda, a pesar de mi mamá siempre encontrar alguna “cosita nueva” para hacer. Mi papá trabajaba todas las noches cuando volvía del trabajo y todos los fines de semana, sin parar. A mí me gustaba ayudar, o por lo menos andar cerca de él, con mis escasos tres años y una curiosidad enorme: el barrio nuevo, la casa nueva, los olores nuevos y desconocidos. Mi hermano mayor no parecía estar tan interesado como yo en los nuevos descubrimientos. Él se conformaba en patear su pelota y relatar un partido imaginario de fútbol, pero para mí esa pelota no tenía interés, ella era la misma desde aquella otra casa alquilada, que no era nuestra como ésta.

Estaba mirando el limonero de la vecina (sin saber que él sería el motivo de una eterna enemistad entre mi madre y Doña Maria), cuando mi papá se levantó y llamó a mi hermano.
Señalando con la cabeza la pared de cemento todavía fresco, dijo para él:
- ¿Vos sabes escribir tu nombre?
Mi hermano se acercó, no muy convencido de dejar una hinchada entera que clamaba su nombre. Él no entendió bien hasta que mi papá dibujó una cobra enorme en el cemento. Mi hermano no se hizo esperar y, con su dedo, comenzó a hacer otros diseños extraños que terminaron con una especie de bola.
Levantó el dedo, todavía sucio y gritó: ¡SERGIO!
Mi papá lo felicitó y me miro:
- ¿Vos no querés?
- ¡Quiero!- dije, todavía sin entender muy bien cuál era el significado del juego.
Tomó mi dedo y, con él, comenzó otros dibujos tan extraños como aquellos que hiciera mi hermano. El contacto con el cemento no fue nada agradable, pero la proximidad y la complicidad con mi padre hablaron más alto. Cuando acabó mi papá dijo:
- Listo. !TATY!
Ahora era mi vez de sonreír.
Taty era el sobrenombre que yo había elegido, y así respondía cuando alguien preguntaba mi nombre. Quedé muy contento al verlo grabado en la parrilla de nuestra nueva casa.
En la mañana siguiente volvería a repetir el mismo trazado, con mi dedo-lápiz, ya en un cemento seco, pero sin la compañía de mi papá.
Ese fue mi primer contacto con la escrita, un contacto que quedó grabado por mucho tiempo en la pared de la parrilla, un tiempo que podría medirse en reuniones y asados, resistiendo al calor y a la lluvia. Solamente no resistió las ambiciones de mi madre en tener una cocina más amplia, la parrilla sería demolida y sustituida por otra prefabricada, más moderna, pero con la cuál nunca simpaticé.

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